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Josemi, el segurata. (La hija del churrero - Parte II)

  Dentro del sobre encontró el equivalente a la mitad de su salario anual. Cada vez que Josemi manoseaba el fajo de billetes, un tufo a fritanga se le quedaba entre las uñas y se mezclaba con su sudor. El pringue que sentía en las manos se iba extendiendo por toda la garita. El teclado del ordenador, los mandos de las cámaras de seguridad, el control de acceso al plató grande y el llavero con el logo de una conocida cadena de televisión: todo estaba impregnado de aquel mejunje transparente. Apestaba a miedo. Miedo del de no dar bocado, del de pasarse una mañana con las tripas centrifugando un café con leche, del de tener las puntas de los dedos congeladas y el corazón a mil por hora.   En las familias de bien, las madres advierten a sus hijos del peligro de morder la mano que les da de comer. Josemi nunca había escuchado nada parecido en casa. Los consejos eran para la gente con certezas, para los triunfadores, y sus padres eran la tercera generación de todo un linaje de perde...

La hija del churrero - Parte I

Dos docenas de churros, tres de los rellenos de crema, seis porras y dos litros de chocolate - dice entre risitas el que parece el líder del grupo. Ella prepara el pedido aunque sabe de sobra que ninguno de esos mocosos tiene un duro. Debería pedirles el dinero por adelantado, pero no lo hace, prefiere no hacerse muchas preguntas y lo que tenga que ser será.   El gordo de la cuadrilla recoge un par de paquetes grasientos y las garrafas de chocolate, los dos se miran a los ojos y él hace un amago de llevarse la mano al bolsillo. Se escucha una risotada y el chaval sale corriendo con el resto del grupo. Ella permanece impasible frente a la caja, mirando cómo los mocosos se alejan entre carcajadas e insultos. En el barrio, a la hija del churrero se le conoce como “el tanque”, “la grasas” o, simplemente, “Fátima-la-gorda”.   Se agacha para recuperar un buñuelo del suelo y las varices se le estiran y atraviesan unas pierdas lipidinosas apretadas en unos shorts. La pobre gimotea y e...

¡Tan fácil!

El tramo de autopista que pasa por las Landas es uno de los más peligrosos de toda Francia. Parece imposible cuando lo ves; un desfile interminable de pinos que dan sombra a una carretera sin curvas ni el menor desnivel. Nada más seguro y nada más traicionero. A menudo, los conductores se confían, bajan la guardia y acaban estrellados. En los guardarrailes se acumulan los mensajes y las flores de los familiares alertándonos de los peligros de vivir una vida sin riesgos. El autobús ha parado en una estación de servicio y todos los pasajeros hemos bajado para estirar   las piernas, vaciar los esfínteres o comprar algún sandwich infecto. El horizonte se tiñe de naranja y sopla un viento que hace que los pitis se fumen de tres caladas. Volvemos corriendo a acurrucarnos en nuestros asientos y tratamos de dormir para que el viaje se haga más corto. Aquí dentro hay gente que ha madrugado para salir desde Sevilla o más allá de Ceuta. Huele a bocatas de chorizo, a pies hinchados y a pedos t...

Bakaz

Este semana no habrá Trombo, ni la que viene, ni la que viene de la que viene, porque estamos de vacaciones. No nos molestéis.

Esa chica familiar que odia la escalada tanto como yo

Hola, posho, ¿qué me cuentas? Yo estuve el finde semana en Pau, la gran ciudad, ciudad capital, donde los sueños se cumplen. Y estoy viviendo como un sueño extraño con una chica, tengo una sensación irreal con ella. Verás. Me convencieron los punkis para ir al rocódromo de Pau a escalar. Y la verdad, no había tocado ni una piedra y ya estaba hasta las pelotas de este deporte. Ya en el coche me había probado unos escarpines, los pies de gato, y desde entonces tengo los juanetes cantando zarzuelas. Al entrar al rocódromo, como me veían que estaba en modo plañidera, me invitaron a dejarles en paz y que me fuera a jugar al búlder, un pedrolo enorme de poco más de dos metros de alto, con diferentes vías según la dificultad, agarres y no sé qué, bueno, un puñao de tecnicismos y chorradas que ni idea. Me han dejado a mi aire como en el chiquipark. Ahí estaba yo delante de la piedra esa de corcho pan con mi camiseta de Piperrak y mis brazos enclenques de mantis religiosa cagándom...

Amuse-bouche

El labrador color canela se llama Churchill y su compañera caniche: Thatcher. Con los nombres de las mascotas uno puede imaginarse el pelaje de los dueños, el casoplón que gastan, las dimensiones de su piscina climatizada o el salario del jardinero paquistaní - ellos prefieren llamarle “Garden Designer”. Todo fue idea de Julia. Unos amigos suyos buscaban un profesional para hacer algunas fotos de los chuchos y ella les pasó mi número. Yo no tengo cámara; se la tuve que pedir prestada a un amigo. Bueno para ser sincero tampoco tengo ni idea de fotografía, pero ha colado. Las primeras fotos salieron movidas, fuera de foco y con el balance de blancos guarrísimo. Estaba perdiendo los nervios intentando comprender el menú de ajustes pero a la dueña no parecía importarle: ella seguía posando, estirando una sonrisa forzada y dándole besitos a su perrita en los morros. Minutos antes, Thatcher se había restregado el hocico por el culo de Churchill. Puse la cámara en modo automático y...

Una noche de confinamiento

Un hombre acostado en la cama junto a una mujer que ronca. Él no puede dormir y, de repente, entre los ronquidos de la mujer, uno suena diferente, como el sonido metálico y sordo de la transición de una diapositiva. Al girarse para mirar, el hombre ve que la mujer está proyectando imágenes con sus ojos en el techo. El hombre flipa, claro, pero antes de que pueda reaccionar, escuchar el sonido de un cencerro proveniente de la calle. Es una noche de verano que no baja de los 28 grados. Movido ante tanta extrañeza, se incorpora de la cama y se asoma a la ventana mientras la mujer sigue proyectando diapositivas. Por el medio de la calle un enorme buey avanza despacio, pesado, pezuña izquierda, pezuña derecha, con su joroba bamboleante.  El hombre baja los escalones de tres en tres, su ruido rebota por toda el hueco de la escalera y se pierde en las buhardillas. Arrastra la puerta de madera del portal. En la calle, el aire caliente del verano está perfumado de lavanda. De las ...