Esa chica familiar que odia la escalada tanto como yo
Hola,
posho, ¿qué me cuentas? Yo estuve el finde semana en Pau, la gran
ciudad, ciudad capital, donde los sueños se cumplen. Y estoy
viviendo como un sueño extraño con una chica, tengo una sensación
irreal con ella. Verás.
Me
convencieron los punkis para ir al rocódromo de Pau a escalar. Y la
verdad, no había tocado ni una piedra y ya estaba hasta las pelotas
de este deporte. Ya en el coche me había probado unos escarpines,
los pies de gato, y desde entonces tengo los juanetes cantando
zarzuelas.
Al
entrar al rocódromo, como me veían que estaba en modo plañidera,
me invitaron a dejarles en paz y que me fuera a jugar al búlder, un
pedrolo enorme de poco más de dos metros de alto, con diferentes
vías según la dificultad, agarres y no sé qué, bueno, un puñao
de tecnicismos y chorradas que ni idea. Me han dejado a mi aire como
en el chiquipark. Ahí estaba yo delante de la piedra esa de corcho
pan con mi camiseta de Piperrak y mis brazos enclenques de mantis
religiosa cagándome en los drogatas contra la droga que me han
empujado a venir aquí.
De
verdad te lo digo, esto es peor que la heroína, les engancha la
droga de la escalada y te taladran el cerebro hasta que ves las
paredes de tu habitación como búlders a superar. Creo que se están
preparando para cuando les enchironen por trapicheo, para aprender a
saltar los muros de la cárcel. Pero na, a mí no me cazan, me pasa
con la escalada como con la droga o las movidas tóxicas y adictivas,
que enseguida me agarra el bajo vientre, mi cuerpo dice nono, y me
dejo el colacao en los gayumbos.
Total,
que estaba yo dando vueltas al pedrusco corcho panero cuando me he
vuelto a cruzar con ella, la chica que vi hace unas semanas en la
discoteca Durango de Pau. Allí estaba, haciendo una "travesía"
al búlder, cruzándolo en horizontal por el nivel más bajo, el de
los niños de prescolar. Yo venía en el sentido contrario de las
agujas del reloj, a su mismo nivel y maullando de dolor por los pies
de gato, cuando la he visto, con sus cejas anchas en forma de ola.
Casi nos chocamos, yo estaba embobado mirando sus cejas cuando ella
ha pegado un grito de alerta y nos hemos caída a la vez sobre la
colchoneta.
No
sé, es que su cara me resulta súper familiar, así tan redonda, con
el pelo castaño recogido en una cola de caballo. Se ha disculpado,
demasiado amable, en realidad la culpa es mía que iba empanado. Y le
he soltado de golpe, sin pensar, "¿nos conocemos de algo, no?".
Ella ha parpadeado dos veces, como si tuviera un tic nervioso, y se
ha sacado los escarpines. Yo también estaba hasta las narices de
ellos, me estaban haciendo unas rozaduras que ni el metro a las 8 de
la mañana. Ella no decía nada, estaba como mirando al vacío, con
las piernas estiradas. "No quiero seguir escalando, he visto que
hay un PMU* enfrente, ¿te apetece una cerveza?"
Cuando
se ha puesto de pie, he podido mirar su cuerpo bien. Es más bajita
que yo, tampoco mucho, pero estará por el metro setenta y poco o
así. Tiene una espalda bien delimitada, y unos brazos largos, pero
sin ser contrahecha. Tiene algo grácil y a la vez torpe en su
cuerpo, que hace que sus movimientos resulten rápidos y patosos. Su cadera
es muy divertida, como si pudieras jugar con ella a la peonza y las
piernas la sostienen perfectamente recta, he visto que a veces junta
los dos pies y es capaz de guardar el equilibrio así durante varios
minutos.
Tiene algo en la mirada, un juego de onda corta y onda larga, dos ojos que te miran desde abajo y que a veces te interrogan y otras se pierden en el infinito. Bastante curioso.
Te
digo todo esto, con tanto lujo de detalles, porque aunque sólo he
coincidido dos veces con ella, tengo la sensación de que la conozco
desde hace mucho tiempo.
Es
extraño, ya te iré contando.
*franquicia
de bares de apuestas con la cerveza más barata de Francia
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