Síndrome de la cabaña
Ayer cené indio y he vuelto a tener pesadillas.
Bajaba a comprar birras y en la calle no se veía un alma. Ni rastro de coches. La ciudad estaba vacía. Parecía un pueblo en junio, antes de que empiecen las vacaciones. La sensación de paz era casi completa si no fuese por todas esas miradas que se me clavaban desde lo alto. Desde sus ventanas mis vecinos me señalaban o sacaban el móvil para grabarme. Una anciana salió al balcón y me gritó algo incomprensible. Parecían furiosos pero no estoy seguro: todos se cubrían el rostro con mascarillas.
Bajaba a comprar birras y en la calle no se veía un alma. Ni rastro de coches. La ciudad estaba vacía. Parecía un pueblo en junio, antes de que empiecen las vacaciones. La sensación de paz era casi completa si no fuese por todas esas miradas que se me clavaban desde lo alto. Desde sus ventanas mis vecinos me señalaban o sacaban el móvil para grabarme. Una anciana salió al balcón y me gritó algo incomprensible. Parecían furiosos pero no estoy seguro: todos se cubrían el rostro con mascarillas.
Me voy a dormir otra vez. Mañana te escribo más.
Me he vuelto a despertar y esta vez no ha sido una pesadilla. Un grito en la habitación de al lado me ha hecho saltar de la cama. He ido a ver qué pasaba. Théo me ha abierto la puerta con toda la delicadeza y finura propias de un skineto bretón con cuerpo de croissant.
Dice que él no ha escuchado nada, que lo he debido de soñar. El suelo de su cuarto es un desastre. Los platos con restos comida se mezclan con calcetines acartonados, vasos con café, un frasco abierto de mayonesa, latas de Carapils, un edición infantil de la Isla del tesoro y ceniceros que perfuman todo con un aroma a tabaco frío.
Me he metido en la cama y lo he vuelto a escuchar: un berrido salvaje. Ahora estoy seguro de que es él.
Théo recibe unos paquetes de China con “su medicina”. Una noche volvió a casa apestando a ron. Apenas se tenía en pie. Se tumbó en el suelo de la cocina y me pidió que le hiciese compañía mientras se echaba el cigarro de buenas noches. Le temblaba la voz. No había llegado “su medicina”, la habían requisado en la frontera y no se encontraba bien. Con Théo las apariencias engañaban. Si no fuese por sus cojones franceses, genéticamente sería toda una señorona. Pero él es más machito que todo eso. En una lucha contra-natura, un amigo veterinario le pinchaba cada mes “su medicina”, un chute de hormonas que le dejaba hecho fosfatina. Irritabilidad, humor cambiante, sentimientos a flor de piel, diarrea o mala hostia eran algunos de los efectos secundarios de una medicación sin ningún aval científico.
Debe de estar en esos días del mes. Me voy a sobar. Mañana te sigo escribiendo.
No he pegado ojo ni media hora. Vivo en el último piso y creo que he escuchado a alguien trasteando en los trasteros. No sé por qué pero he decidido subir a ver qué pasaba. Soy más bien cagueta pero cuando me di cuenta de que aquello podía ser peligroso ya era demasiado tarde. Un tipo famélico y con los ojos saltones me miraba asustado desde nuestra Chambre de Bonne*. Me dedicó una sonrisa desdentada y, antes de que pudiese empezar a hablar, le amenacé con llamar a la policía si no se piraba echando hostias.
Ya te digo que no soy un tipo precisamente valiente. Cuando reparé en el destornillador que apretaba entre los dientes, volví corriendo al piso y me quedé esperando a que se marchase. Tardó un tiempo en bajar y cuando lo hizo se quedó saludándome al otro lado de la mirilla. No parecía haberse llevado ninguna pieza de la batería de jazz que andaba manoseando. Tampoco recuerdo haber visto nunca ese instrumento allí. Ni siquiera sabía que tuviésemos un batera en el piso. Tenía que haber sido una compra compulsiva porque aún estaba sin montar.
Llamaron al timbre y di un bote del susto. Apareció Lola, con cara de pocos amigos, y abrió la puerta sin mirarme. Lola es una rastas alemana que paga religiosamente el alquiler.
Me he vuelto a mi cuarto y he escuchado como el colgado del trastero negociaba el precio de su batería con Lola. Él ha pedido tres, ella le ha dicho dos. Él ha vuelto a insistir y ella ha añadido un regalito a su oferta. ¡Vendida! Por dos gramos y un paquete de Dexedrinas. El colgado no dejaba de repetir que era el combustible que necesitaba, que quería concentrarse al máximo en su nuevo proyecto. Espero que sus planes para el éxito no incluyesen una batería con los Crash Ride más caros del mercado. O al menos, que mañana se acuerde de que la vendió. Quizá mejor que no recuerde el precio.
Me revienta cuando Lola se trae a los clientes al piso.
He vuelto a empezar por quinta vez La broma infinita, me he he hecho una tila, he visto algo de porno, me he zampado una bolsa de Doritos, he ido tres veces al baño, he pensado en mi vida, luego he intentado no pensar en ella…he comido techo durante horas.
¡Varazos!
¡Varazos!
*Chambre de Bonne: Habitaciones abuhardilladas destinadas a alojar a los empleados del servicio en las casa pudientes. En la actualidad se han convertido en trasteros o en studios cochambrosos.
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