Soy un bebé de dos años con los huevos llenos de amor
¡Qué
pasa, fosa séptica!
Ahora
que lo pienso, ya llevo casi un año estabulado aquí, en este pueblo
despoblado rodeado de maizales y perros porculeros. Y, a decir
verdad, yo también estoy más salido que la napia de Santiago
Abascal. En mi cabaña no hay wifi para el Tinder y es difícil
comunicarse con las mujeres del maíz sin hablar francés.
Por
eso he desarrollado mi propio método, y, de momento, no me ha ido
nada mal. Es un método serio, con su teoría y su práctica, más
eficaz que las powerbalance.
La
teoría es que los años que pasas en el extranjero son como los años
de los perros. Un adulto que llega a un país con otra lengua, que
tiene que aprender de cero, multiplicará por dos su capacidad de
comunicarse por cada año que pase en ese sitio. Yo, por
ejemplo, llevo ya unos cuantos meses en Francia, pronto hará un año,
por lo que tengo una capacidad de relacionarme con los demás
equivalente a la de un bebé de dos años.
Un
bebé de dos años con los huevos llenos de amor.
Que
más que nada, me comunico por signos y gestos, un lenguaje que me ha
servido, al final, para lo mismo que le sirve a un recién nacido,
mamar teta.
En
la planta de tratamiento de mazorcas ha entrado a trabajar una
moza que tiene el culo más perfecto del mundo. No es que sea
extravagante, es que no se ha visto nada tan majestuoso y equilibrado
en el planeta Tierra desde los balones de Nivea. La chavalilla es una
mulata, mezcla de padre argelino y madre italiana. Un bonbón más
refrescante que el gazpacho al sol. Lleva un piercing en el moflete y
el otro día le quise preguntar si le había hecho daño al hacérselo.
Como no sabía cómo decírselo, cogí el dedo índice de mi mano
derecha y lo apoyé sobre mi mejilla mientras lo giraba como un
tornillo. Ella me miró y dijo: ¿quieres que te la chupe? No sabré
mucho francés, pero esa frase la pillé a la primera.
Con
los huevos ya más vacíos, el finde pasado salimos de fiesta por
Pau. Me plan era dormir en el coche con J. pero nos pusimos a hablar
con una españolas a las que abordamos en una terraza. Con mis
pantalones tartan y mi camiseta del Fluminense, les dije: "Oi!gan,
este pueblo es una mierda, ¿les apetece ir a una bar y escandalizar
a las masas burguesas?"
Bueno,
a ver, no les dije eso, pero Pau es un coñazo, de eso no hay duda.
Así que acabamos perreando en un bar llamado Durango, entre unos
mexicanos tristes pegando gritos y golpeando la barra y alguna que otra
francesa con una imagen muy distorsionada de América
Latina.
Yo
le dejé a J. con las dos españolas empolvándose las turbinas en el
baño y seguí probando mi método de conversación francesa por
entregas y de pago en módicos plazos. Acodada en la barra, no me
perdía de vista toda una cougar rubia teñida, Amaia Montero del sábado noche, más demacrada por la
droga que por lo años.
Antes
de que me hubiera dado cuenta, sus manos se había colado en mis
pantalones. Ella me miró y yo respondí levantando los hombros. No
hizo falta hablar. Mientras ella hacía malabares con mis pelotas y
zumo de mi cimbrel, yo me preguntaba si esto suponía algún tipo de
abuso sexual, dado que el consentimiento que yo había dado era básicamente mi
estupidez.
Al
poco vino una de las chicas españolas a sacarme de ese embrollo, me
tocó en el hombro y me dijo al oído: "¿conoces de algo a esta
señora?"
En
el mismo bar Durango, aquella misma noche, vi pasar a otra chica. Su
cara me sonaba de algo, por muy improbable que sea eso dado que vivo
en una granja a quince minutos en coche de cualquier mínimo gesto de
civilización.
Espero volver a verla.
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