Los tres lobitos y el cerdo
-Abrid la puerta. De verdad, os juro que vengo en son de paz. Sólo quiero hablar - susurra una vocecita al otro lado de la puerta.
“”Flap!”. Un gapo atraviesa el salón a toda velocidad. El proyectil se cuela por la ranura del buzón y le acierta en el ojo al capullo que nos acaba de despertar de la mejor de las siestas.
-Ya te puedes ir a tomar por el culo - le grita Tibo, mientras recarga otro flemón pastoso de recién levantado.
Sobre la mesa hay una cazuela con los restos del Casoulet que Martine preparó con lo que se encontró en un contenedor.
Tortu está de los nervios y corre hacia la puerta para asegurarse de que todos los cerrojos están echados.
Ayer me quedé hasta tarde después del concierto. Al final no podía ni volver a casa de la mierda que llevaba y he amanecido en un sofá que apestaba a pis de gato. Aunque para peste el casoulet de Martine. Creo que algo no me ha sentado bien. Antes abrí la boca, pensando que iba a bostezar, y se me escapó un chorro a presión finísimo de una sustancia amarillenta y abrasadora, como los chorros de ácido que echaba el bicho de Alien. Creo que era vómito.
-Voy a hacer como que no ha pasado nada. No queréis que vayamos por las malas.
-Me voy a cagar en tu put…
Martine le tapa la boca a Tibo e intenta reconducir la discusión.
-Mira, no tienes ningún derecho. Esto es una propiedad privada.
-Una propiedad de la que no sois propietarios. ¿Qué vais a hacer?¿Llamar a la policía?
-Déjale, déjale que entre, que le voy a reventar los morros - farfulla Tibo mientras intenta abrir los cerrojos.
-¿Estás loco? Si abres nos van a hacer papilla - grita Tortu, que está cagado, literalmente, no de miedo. A él también le ha debido de sentar mal la comida. Un pestazo a descomposición se entremezcla con su característica fragancia a base de incienso y avinagrado.
- Chicos, de verdad, sólo quiero hablar. Sin malos rollos.
A través del buzón veo cómo un canijo les susurra algo a dos gorilas armados con un bate y una tubería oxidada.
Tortu está pálido y sale corriendo en dirección a los baños. Cuando se da la vuelta me parece ver un manchurrón oscuro en sus bombachos.
-¿Hablar de qué?
A Tibo no le gusta un pelo que Martine hable por él.
-Mi cliente está dispuesto a ofreceros una pequeña ayuda si abandonáis su local.
A Tibo se le empieza a hinchar la vena que le pasa por debajo de la tela de araña que tiene tatuada en el cuello.
-¿Cuánto?
A Tibo no le gusta nada el rumbo que está tomando la conversación. Este es su hogar. Él mismo forzó la cerradura y puenteó la luz de una farola de la calle.
-Doscientos pavos.
Para Tibo todo esto no tiene precio. Él no tiene la casa de sus padres esperándole si todo sale mal.
-¿Para cada uno?
A Martine se le ilumina la mirada. Supongo que en ese momento Tibo lo ve claro: “Una vez más se ha vuelto a rodear de traidores”. Con gente así era imposible luchar contra el sistema; nunca llegaríamos al valhalla libertario: “le grand soir”. Si al menos alguien le apoyase, él podría hacer del mundo un lugar mejor: un resort cinco estrellas sin camareros, ni recepcionistas, ni profesores de zumba, ni animadores, ni servicio de habitaciones. No sabía juntarse con la gente adecuada y siempre acababan traicionándole. La culpa era de ellos: de los chivatos de su último curro, de aquel facha del Prosegur, de su madre que nunca le había querido o de su ex con lo de la orden de alejamiento. Esta vez nadie se interpondría entre él y sus sueños. Y si para eso tenía que amenazar a francesita de familia bien: ese sería el precio a pagar. El fin justificaba los medios.
Como suele pasar en este tipo de situaciones, todo se acelera sin que te des cuenta y cuando te la das ya es demasiado tarde.
Au secours, au secours! - grita la pobre Martine mientras Tibo la atrapa por el cuello y la sacude como a un pelele.
Sólo la idea de enfrentarme a Tibo me pone los pelos de punta. Cuando se le calienta la cabeza puede ser más que peligroso. Algunos le definen como alguien "temperamental" pero los que le conocemos sabemos que es simple y llanamente un psicópata.
-Pss. ¡Eh, tú! Ábreme y nosotros nos encargamos de calmar a tu amigo - dice la vocecita al otro lado de la puerta.
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