Alicia de costo
¡Hola, jodido!
El
sábado pasado, el perro porculero de los vecinos, Capí, estaba
intentando follarse a una farola cuando volvíamos del trabajo
exactamente diez minutos después de haber salido de casa. El
remolque de maíz no había llegado ese día y ahí estaba yo a las 7
de la mañana con el estómago vacío y medio litro de café soluble
en las venas. Jota propuso que nos liáramos un canutillo y yo le
dije que sería buena idea que alguien sacara a ese perro a pasear y a
ver mundo. Así empieza la aventura de un sábado por la mañana a la
que he llamado "Alicia de costo".
Jota
llevaba a Capí entre las piernas en el asiento del copiloto mientra
yo conducía con una mano y fumaba costo con la otra. Habíamos subido el coche a lo alto de la loma que hay enfrente de
nuestra casa, lo que viene siendo la línea del horizonte. Le había
pegado ya un par de caladas al porro y mi conducción empezaba a
parecerse a los autos de choque, por lo que Jota me sugirió que
aparcáramos ahí, en un recodo de la carretera enfrente de unas
casitas.
Bajé
del coche y me temblaban las piernas así que le pasé el peta a Jota.
Él lo agarró con su mano izquierda y Capí aprovechó el
intercambio para pegar un tirón a la correa. Jota trastabilló,
sostuvo con mucho mérito el canuto entre los labios, pero a cambio
de soltar la correa del chucho. Capí salió disparado y desapareció
entre unos arbustos.
"Jodido
chucho", "bestia satánica". En parte sí y en parte
no, me daba un poco igual que al perro le aplastara un tractor o que
se lo tragara un pozo, pero lo habíamos sacado de paseo sin avisar a
sus dueños y la gente en los pueblos puede ser muy rencorosa. Jota
separó las ramas por las que había desaparecido Capí y
vimos un sendero y ningún perro.
Avanzamos
unos metros, no sé si tres o veinte, andar por ese camino era como
nadar en el mar de cachis sanfermineros, cada pisada era agónica y
hacía un ruido de mil demonios, como una fanfarria de grillos.
Apoyado en una rama, nos esperaba un mapache: "Soy Pachi el
mapache, venid conmigo". "Jota, ¿tú crees que el Pachi
será vasco?", yo
necesitaba speed, "hay mapaches en el País Vasco?", le dije, pero Jota estaba más rápido y seguía al mapache a
un metro de distancia.
El
mapache pasaba de una rama a otra en la espesura del bosque. No es
que saltase, sino que se iba apareciendo en una rama cada vez más
alejada. Guiándonos con su voz cuando le perdíamos de vista: "Si
mientras cortas cebolla sacas la lengua, no lloras", "yo me
pongo la mano debajo del culo media hora para que se me duerma, la
llamo La Desconocida". En su voz de mapache, sus comentarios eran sentencias. "Jota, ¿pero tú le has preguntado algo?, menudo chapas".
Pachi
el mapache nos condujo hasta un claro en el bosque y se detuvo sobre
una colina: "Hasta aquí llega mi camino, y recordad, si compras
un pollo entero es más barato que comprarlo por partes". No me
vendría mal un pollito ahora, pensé, estoy medio grogui, "¿no
llevará usted alguna sustancia encima?", me atreví por fin a decirle. "No,
en lo alto de esta colina había antes un KFC, pero los terroristas
rurales lo reventaron".
En
lo alto de la colina había ahora unos chavulkos, serían cinco o
seis. "Jota, ¿dónde está
Capí"?, le dije. "Calla un momento", me respondió.
Vestidos con túnicas cruzadas, como las camareras del Caesars de Las
Vegas, cantaban: "Te salen drogolegas de debajo de las piedras"
mientras con unas hondas hacían girar unos bultos negros envueltos
en papel transparente de bocadillo. "De costo, de costo, de
costo", era su frase de seguridad para soltar la honda y hacer
volar los paquetitos hacia el espacio, dibujando arcoiris.
Fui
a preguntarles algo y de mi boca no salió sonido alguno, sólo una
nube de petróleo gasificada. "¿Oi!gan, han visto pasar a un
perro?", Jota había leído mis intenciones. "Nosotros no
vemos nada, sólo cantamos y hondeamos. Pero vayan a ver a la Reina
Haichinlay". "Creo que son de Mallorca", me dijo Jota.
Yo sólo creía morirme, de los ojos me empezaban a salir hormigas.
Rodeamos
la colina de los baleares y encontramos un camino que se perdía aún
más en el bosque. Bajamos unas escaleras hechas con los pechos de
Ana Obregón, atravesamos un pantano saltando de bisoñé en bisoñé
y ganamos para Villarubia de los Ojos (provincia de Murcia) la prueba
de los troncos locos del Grand Prix. A la salida, le choqué los
cinco a Ramon García y me dijo: "Toma esta capa", yo ya no
entendía nada así que le pedí una explicación: "¿Tiene
poderes?". "No", me respondió, "pero es
castellana".
Por
fin, llegamos a una caverna hecha de brackets, allí estaba la Reina
Haichinlay. Vamos, que yo supuse que era la reina porque a nuestro
encuentro apareció un enano vigoréxico aquejado de una alopecia
como la de los frailes dominicos. Tenía un fuerte acento de Vic:
"¿Queréis follaros a la Reina Haichinlay? Os está esperando".
"No, de verdad, mire, tengo mucho lío, estamos buscando a un chucho, se llama Capí, ¿no
lo habrá visto por aquí? Es marrón". Jota estaba rápido de
verdad, concentrado en lo que había que hacer. Yo por mi parte lo de
la reina no me parecía ni tan mal, no sé, había vomitado nubes de
petróleo, llorado hormigas, llevaba una capa con olor a Brumel... Me
merecía una alegría.
"Sígame,
noble caballero". El enano me llevó hasta las entrañas de la
cueva. Sobre una cama de esas que parecen un palanquín, me esperaba
en cuclillas la Reina Hainchinlay, una reina de 24 metros de altura,
desnuda, apuntándome con su coño. "No temáis, su coño es
hiper sensible, disfrutará igual aunque seáis un eyacu".
Ante
mí, se abría una vagina de casi cuatro metros, con más corrientes
de aire que el cañón del Colorado. Me introduje de lado, como quien
se cuela en un parque, y ¡blup! fui absorbido por un pedo vaginal.
Cuando
recuperé el conocimiento, estaba agarrado al retrete vomitando un
espeso líquido negro, puro petróleo.
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