La noche que murió Chavela Vargas

¡Hola, recóndito!

Ha sido un domingo estranio de lluvia y peña rara así que me ha recordado a una historia que ocurrió en El Muro hace algunos años. No sé si te sonará o habrás oído hablar de esa noche pero te juro que lo que cuentan es verdad porque estuve allí.  


Llevaba tres días lloviendo sin parar ni para fumar y necesitaba ir al bar: fuera todo era agua y por dentro necesitaba alcohol.

Los sábados no solíamos quedar a una hora concreta sino que íbamos apareciendo poco a poco en el sótano del Muro, según nos dejara la resaca del viernes. Seguía lloviendo y las escaleras de la muralla eran un improvisado tutukisplash de ratas y jeringuillas. Cuando entré en el bar, Floren me recibió desde una de las mesas, removiendo un café. 

- Se ha muerto Chavela Vargas.
- Ya lo he visto, una pena.
- Espero que no nos dé mala suerte.
- Mala suerte, ¿por qué? 
- A las diez juega el Atleti.
 
Floren volvió la mirada a su café y al papelillo a medio liar que tenía al lado. La planta de arriba estaba desierta por lo que ningún olor humano podía esconder el regusto ácido de lejía y humedad. La bufanda del Atleti de Floren colgaba de nuevo sobre el marco de la puerta tras la derrota de la semana pasada.

Chapé la oreja al agujero de la escalera de caracol que lleva al sótano del bar para saber si había alguien. Se escuchaba música. Por quincuagésima vez alguien había puenteado el contacto de los altavoces. Le pedí permiso a Floren para servirme un kalimotxo y bajé a esperar a la koadriglia.

Como fuera estaba oscuro y no paraba de llover, las profundidades abisales del Muro me hicieron pensar que ese sótano sería lo más cerca que nunca estaría de un submarino, con su techo desconchado por el que ves las cañerías, las mesas estrechas y las cucarachas haciendo salto de pértiga de banco a banco. Al fondo se habían puesto los sordomudos, unos punkis que se pasaban horas hablando en lengua de signos (unas brasas que ni el Sálvame Deluxe); a mi izquierda estaba el Capitán Saimaza, santo yonki de los años del jaco, pintando líneas en una mesa llena de ronchones de motxo. Le asistía en tamaña empresa Omar, tambiénllamadoDavid, el pipiolo que conocía los 46 nombres del canuto, oh Adonai.

Me senté a la derecha de Saimaza con tan mala suerte que apoyé el katxi encima del clavo que sobresale de las patas de la mesa mil veces atornilladas. Acudieron a mi rescate los jevis de enfrente, con un katxi vacío que estaban usando para jugar a los dados. Les tuve que pedir que se abrieran el telón porque bajo sus flequillos aceitosos no había reconocido a Esteban y Elvis.

El orgulloso puente colgante, por debajo el gran Nervión, sonaba Eskorbuto tras un primer intento del Floren de ponernos Leño, rapidamente abortado para no dar mal fario a su Atleti. Estaba bebiendo solo, y no me estraña, con la que estaba cayendo fuera, solo los más tontos se aventuraban al exterior. Quizá más que de beber, debería haberme preocupado por las cataratas que se estaban filtrando al sótano y que amenazaban con llegar al altavoz. Pero para cuando quise mirar por segunda vez, los fusibles del sótano saltaron iluminando a contraluz una cuca que con sus patas formó la señal de la cruz.

Flooooooooren, se ha ido la luz. A los sordomudos nada iba a joderles su cháchara, y habían reaccionado más rápido que nosotros, en ese dialecto que tienen los que desde pequeños no han aprendido a hablar. Como Floren tardaba en subir los plomos, cada grupito fue poniendo los móviles en modo linterna, como haces de luz apuntando en el cielo a King Cucaracha.

¿Sabéis que está entrando agua, no? Me jode ser el aguafiestas pero ya se me estaba colando por el agujerito de las botas. Me sentía un poco culpable también porque al notar los pies mojados había sacado tres hielos muy gordos del katxi, para no pillarme un resfriado, y los había tirado al suelo. Así que no insistí mucho.

Y para colmo, cambió el olor. Por las grietas de la pared empezaron a surgir fantasmas de mujeres, punkis, pijas, modernas, hipsters, raperas, jevis, sharperas, bibliotecarias, votantes de AP, brillando con una luz azulada en la oscuridad del sótano. Confieso que estaba un poco impresionado, pero, sinceramente, no era lo más extraño que había visto en El Muro.

No hay que intentar buscarle mucho sentido a los problemas de los fantasmas porque, de todas formas, no son de este mundo. Aunque a juzgar por la cara de arrepentimiento de ellos y las caras de vendetta de ellas, sus asuntos eran bastante reales. Como no había ninguna víctima mía entre las apariciones, supuse que formaban parte de la imaginación de alguno de estos crápulas del Muro que tan poco me conocen.

Cuando el agua empezaba a llegarme por las rodillas, el altavoz revivió con un chisporroteo verde y empezó a sonar Chavela Vargas. Joder, mal fario, pensé, pobre Floren. Los sordomudos, Saimaza, Esteban... se pusieron a bailar entre sollozos de perro desdentado el ritmo mortuorio de la Macorina, moqueando sobre el hombro de las fantasmas. Yo no quería cortarles el rollo pero tampoco bailar con la escoba, así que me animé a levantar la voz, eh: ¡tenéis el agua por la cintura, concho!, ¡Salid de aquí, payasos!

Me escabullí escalera arriba y vi a Floren donde le había dejado.

 - ¡Floren, el sotano está lleno de agua y puede morir gente!
 - ¿Quieres volar?
 -  ¡Floren..!
 -  Es un nevadito, te dejo un tiro.
 - ¿Qué es un nevadito? 
 - Un porrete con coca. 
 - ¿Qué ha hecho el Atleti? 
 - No sé, creo que suspendieron el partido.
 
 
 




    Comentarios

    Entradas populares de este blog

    Josemi, el segurata. (La hija del churrero - Parte II)

    X Æ A-12 es mi dueño y señor

    Síndrome de la cabaña