Cuando muera, id a buscarme al estante del babybel

¡Hola, papanatas!

Esta semana he estado un poco espiritual y misterioso así que, de ahora en adelante, te pido que leas esta carta con acento argentino, sábe, como si fuera el gordo Casciari, pibe. Sho estoy viviendo un cultural shock importante, como decís vos en vuestra carta, pero el mío es con la cultura de la muerte. Te explico.

En nuestra cabaña en el pueblo, con D. y J. hemos empezado un juego que podríamos llamar: "camina en la oscuridad lo más lejos que puedas". En la enormidad de la noche, gana el que más lejos se ha ido por el camino. Es una experiencia perturbadora andar en el mundo de las sombras. Te lo recomiendo.

Salimos a andar de uno en uno, así que, cuando llegó mi turno, a medio camino entre la casa y la carretera nacional, por una pista de gravilla con cunetas de medio metro a cada lado, tuve una revelación sobre la muerte y la reencarnación.

Resulta que cuando te mueres no desapareces, no te fundes a negro; sino que te conviertes en tu propio recuerdo. Puede parecer una tontería, porque todos somos, en realidad, el recuerdo de otra persona, sólo existimos mientras alguien piense en nosotros. Sin embargo, en la muerte, somos sujetos de nuestro recuerdo, quiero decir, que te puedes mover y pasearte como un fantasma; y hasta caerte a un pozo. Eso sí, sólo puedes ir a sitios en los que hayas estado en vida; no te puedes ir a ver el Perito Moreno de la Patagonia si nunca has ido a la Argentina, loco. Por eso (aunque no lo sepan), la gente obsesionada con viajar y dar mil vueltas al mundo no están aprovechando la vida, están trabajando para su muerte.

La reencarnación es otro quilombo bastante divertido. Por mecanismos que no sabría explicar, en cualquier momento de tu estado fantasmagórico (si está aburrido de ver la misma calle o tu oficina) puedes acceder a la reencarnación y transfigurarte. Claro, ocurre un poco como con la memoria de la historia, todo el mundo se imagina reencarnándose en alguien poderoso y disfrutón, como reyes o animales protectores, pero la realidad es siempre es más prosaica.

Puedes elegir si ser un animal o un objeto, aunque por el ciclo de la descomposición de los elementos, la mayoría de los objetos acaban siendo seres vivos (una pila que se descompone, entra en el ADN de un virus que se cuela en un pangolín, etc.). Por lo que mucha gente, para hacer el ciclo más largo, escoge reencarnarse en un objeto.

Esto ha provocado que en la reencarnación se valoren mucho los productos elaborados. Y es un fenómeno reciente, porque antiguamente había menos productos manufacturados y menos posibilidades, con suerte, un rey se podía reencarnar en mantequilla (un producto elaborado y muy apreciado), mientras que su vasallo debía contentarse con ser una patata o una honesta manzana. Hoy en día es mucho mejor, por eso yo aspiro a reencarnarme en queso parmesano, para ser rallado sobre los macarrones de los justos y los gentiles.

Si lo piensas, tiene lógica. Como decía Cortázar, un objeto no es más que lo que proyectamos sobre él, como el reloj que te obliga a darle cuerda y a estar pendiente de él. En cierto sentido, todo objeto no es más que el ser humano que lo posee.

Aquí lo dejo, cerumen. Háblame de tus historias de jodido.

 ¡Calderazos!

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